Florecer y dejarse iluminar por la luz
de un sol poderoso que a veces,
despiadado, daña mis ojos.
Recoger el fruto de la reflexión,
del camino bien andado,
de la luz que nos baña por dentro e ilumina
nuestros pasos al caminar.
Fluir, siempre fluir.
Volar y dejarnos llevar por el aire limpio de nubes
que dejan atisbar a lo lejos
las últimas nieves del invierno
en contraste con el campo bañado de amapolas.
Y el fruto, que estuvo en barbecho por un tiempo...
que se dejó cuidar por quienes labran la tierra,
que espero y tuvo paciencia...
es hoy una serenidad plena y absoluta
que me hace estar más inquieta y segura
de mi misma cada día...
para dar a luz,
a diario,
sueños que llegarán,
ideas por descubrir,
poemas que escribir.
Así me siento hoy,
ese es mi compás ahora...
elogio de la lentitud y de la vida.
(Foto: mi amiga África me regaló esta foto de un abril florido y luminoso en Candeleda, Ávila)
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