No perder nunca mi capacidad de sorpresa, capacidad que siempre se ha mezclado con el entusiasmo y el compromiso con cada una de las cosas que me propongo hacer. A veces, me sorprendo a mi misma sonriente en el metro o en el tren, con la cabeza a más de mil y pensando en historias para contar o relatar, con voz o con lápiz.
A veces, el tedio me puede, la rutina cotidiana...
no me dura más de cinco minutos...No me suelo quedar con la mirada ausente como si nada, mi cabeza siempre está activa.
Sólo en la noche, cuando cierro los ojos y agradezco la vida, el pensamiento se relaja,
me envuelve y me llena de energía para reponer fuerzas.
Me gusta recordar a veces sabores de mi infancia:
el del pan con mantequilla y una buena dosis de azúcar, el olor a pan cuando subía la cuesta y no podía resistirme a coger un pedacito, la ilusión con una sencilla bolsa de Sugus del Suchard,
la caja de Cuétara una vez al año y la ansiada cocacola que casi nunca llegaba a mi casa. Aquellos sabores y sensaciones me hacen agradecer cada día no haber dejado en el olvido mis recuerdos sensoriales,
como el olor a torrijas que impregnaba a mi abuela cada semana santa.
Los sentidos, abiertos de par en par...
ahora con esta edad y cuando cumpla....
todas las vueltas al sol que la vida me permitan...
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