La primera vez que escuché esta palabra, resiliencia, no supe a qué se referían. Después poco a poco, me dejé instruir por mis referentes y amistades, gente experta y no en este tema.
Ni siquiera era consciente de que, todo lo que vivimos, si es superado y reconstruido
nos convierte en resilientes.
Cada día en el despacho, en mi curro cotidiano, observo los procesos vitales de la gente que acude a este recurso a veces como un modo de supervivencia en este mundo raro y
complejo que nos ha dejado la crisis.
Esos procesos me enseñan cada día a RESPIRAR, a madurar y a dar gracias a la vida por darme tanto. Todas y todos hemos pasado por algo grave en nuestro andar.
Quien diga que todo ha sido perfecto, quien diga eso,
quizá no está siendo sincer@ consigo mismo.
Me quedo con mi propio aprendizaje, resiliente o no,
muchas cicatrices internas me acompañan y las hemos sabido curar con mimo y fortalezas, aprendiendo de la vida y con una profunda humildad
para ser capaces de dar lo que somos y tenemos.
Y en esa entrega cotidiana pierdo a veces las formas y me hace cosquillas la risa de la ternura de la vida de la gente, me entran ganas de llorar cuando escucha las historias de vida,
me dejo llevar por la serenidad y transmito lo que puedo, en este mundo complejo y duro
que nos está tocando vivir y en el que mucha gente está mucho más jodida de lo que imaginamos.
Y esta es precisamente la belleza, la interna y la luz que desprendemos sin darnos cuenta que cada día me deja el espacio personal y profesional llenito hasta los bordes de sabiduría,
como bien diría Freire.
Desde aquí mi homenaje a tod@s las personas que me regalan su sabiduría y que además,
me devuelven sensaciones que se llevan de mi persona. Menuda fortuna la mía.