Para mí los solsticios siempre son especiales. Supongo que soy un ser de fuego y el sol me cala de tal modo que, siempre a raíz de los solsticios, llegan acontecimientos especiales y emotivos a mi vida.
Desde el pasado solsticio de invierno, el mundo ha rotado tanto que mucho ha cambiado de mí. Sin embargo no ha cambiado lo más importante:
mis ganas de luchar y pelear la vida. Que no me falten nunca.
En un año lleno de bellos sucedidos y de pérdidas y adioses, me quedo con lo bueno. Con lo bello de abrirse al mundo y respirar tan hondo que seamos capaces de volar sin alas. Las alas las llevamos puestas, aunque no nos demos cuenta.
Y el sol llega a lo más alto, como nosotr@s cada día que nos entregamos al máximo a nuestras tareas cotidianas: trabajo, vida personal, arte...
Desde ahí es desde donde el sol nos toca con sus suaves rayos la piel y nos da fuerza y energía.
Puede parecer absurdo.
No lo es, cuando se han vivido situaciones difíciles en la vida y se ha sido capaz de seguir creciendo y luchando y sobre todo, seguir creyendo que todo es posible...no es absurdo.
Me quedo con lo bueno, con la belleza que he descubierto, con los regalos generosos que la vida me pone en el camino cada amanecer...
y con todo lo que aún está por llegar.
Y si, siento que cambian muchas cosas.
(Foto: calles lisboetas, yo en miniatura al lado de esa obraza de arte. Verano 2009.
Video: Todo Cambia, Mercedes Sosa)
Pero no lo esencial.
Así que, bienvenido solsticio de invierno: a mediodía te esperamos ¡.
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