Sin duda alguna, una de las situaciones que más me duelen es que las personas a las que quiero o conozco, desaparezcan del mundo sin poderme despedir de ellas.
Muertes repentinas que te provocan un sobresalto impreciso al otro lado del hilo telefónico o cuando pierdes el contacto con alguien por malos entendidos o comunicaciones insanas,
y de pronto recibes la noticia de su ausencia.
Dolor y duelo se unen como palabras y como emoción.
Intento imaginar, empatizar, sentir cómo la familia y allegad@s de las personas fallecidas
pueden sentirse.
Como cuando sucedió el accidente del avión que volaba a Canarias,
como cuando sucedió el atentado del 11M.
Me pongo en la piel. Desde esa piel, común a tod@s, percibo el vacio...
la nube en la que te quedas cuando pierdes a tu ser querid@...
el aterrizaje forzoso que hacen tus pies sobre la tierra y
la mera sensación de desconocer, incluso, donde te encuentras.
La dureza de perder a alguien se une al dolor colectivo, a esa sensación negra
que tiñe el cielo de gris y que hoy ha querido derramarse y lloviendo, empatiza con el luto.
Sin entrar a valorar cuál es el motivo de semejante desastre, siento un vacio poderoso en mí...
a pesar de que esta ha sido una de las semanas más hermosas desde que comenzó el
Solsticio de verano.
Y desde ese vacio, aprendo-reflexiono-expreso....que hemos de vivir el día a día
(sin ánimo alguno de derrota),
CARPE DIEM, y que cada vez que miremos a alguien a los ojos
le hagamos llegar todo nuestro afecto y amor...que nos desparramemos si es preciso...
Nunca se sabe dónde acaba y empieza el caminar de un@.
Así que estén atent@s, disfruten-sientan-luchen-amen...y sobre todo,
busquen día a día esos instantes de felicidad que se nos cruzan
y nos roban una sonrisa...
(Foto: agosto del 2009. Costa caparica en Lisboa. El atardecer de la vida)
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