No hubo fotos ni instantáneas
de aquel verano.
Las imágenes se dibujaron solo
para nuestras retinas
y allí, en el fondo de los ojos,
quedaron registrados
los momentos de belleza
que nos regalamos.
Nos desdibujamos en cada abrazo,
sintiendo que era el último tiempo,
el último instante
compartido,
como si el halo de la vida,
el infinito,
se nos escapara de las manos.
No hubo fotos ni instantáneas
de aquel verano.
Atrás quedaron nuestros viajes,
siempre rumbo a Ítaca,
¿lo recuerdas?
La mochila llena de sueños
y poesía
y los sueños repletos de saberes,
experiencias y abrazos.
Y los abrazos,
!ay los abrazos¡
hasta los abrazos,
se morían de vergüenza
al contemplarnos...
para luego,
encontrarnos nuevamente
fundiendo cuerpo y mente,
alma y anhelos.
Y anhelando nos despedimos
hasta un nuevo viaje,
aunque tú y yo sabemos,
a ciencia cierta,
que fue la última vez
que tocamos el cielo
sin movernos siquiera de nuestro espacio...
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