Sentir la vida,
respirarla,
amarla,
exprimirla....
como si este fuese el último instante para tenerla.
Y aprovechar cada momento fugaz
que recorre nuestro aire respirable...
y saberse dichosa por ello.
Porque cada día es un verdadero tesoro
que valorar.
Porque cuando el sol amanece cada mañana
y tiñe la paleta de pintor del cielo
y lo nutre de fuerza con las nubes
y lo lleva y lo trae arropado con un viento frío e inabarcable...
entonces, solo entonces,
abro los ojos deprisa
y me siento dichosa y afortunada.
Os dejo aquí uno de los textos que he contado hasta hartarme
porque me da fuerza pigmaliona contarlo,
porque me siento yo misma
como el PAPAGAYO QUE BROTÓ DE LA PENA...
Que ganas de volver a contarlo,
a ver si abril me abre puertas...en ello ando...
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