A diario, las historias de vida, duras historias,
son escuchadas en cientos de despachos de psicología, psiquiatría,
educación social, trabajo social...
todas esas historias están relacionadas entre sí:
la pérdida de ilusión, de conexión con la vida, de ganas de pelear y luchar.
A diario y por distintos motivos, esos despachos
se llenan de escucha y de acogida,
de consejos o sugerencias o de ideas para mejorar.
A diario, se habla de las voces que escuchan,
de la pena que sienten y de su apatía o tristeza,
de la falta de comprensión sobre su trastorno, del miedo al rechazo,
de la falta de empatía.
A diario, tratamos de conectar con la vida.
Seamos o no pacientes, seamos o no profesionales.
Conectar con la vida y tener motivos para vivir,
para pelear y vibrar,
para luchar por esos sueños que
quizá tuvimos y no pudimos buscar y construir.
Sentir que la vida es un lastre es una sensación que recojo a diario.
Me apena, me entristece.
Pienso siempre que hay que buscar la manera de que la salud mental,
los trastornos mentales se normalicen y aceptemos esas diferencias y diversidad funcional
En nuestro entorno,
cuando la gente nos parece rara o extraña utilizamos el adjetivo loc@ a la ligera.
Sin saber realmente si esa persona se haya sentido
en esta situación de identidad asignada alguna vez.
Podemos hacer tanto daño con nuestra falta de cuidado, de empatía y de buen trato.
Por eso este año se habla del suicidio,
me parece necesario y urgente hacerlo.
Hay tanto que mejorar en la intervención,
tanto que crear aún conjuntamente con los propios diagnosticados como enfermos mentales.
Mi experiencia en el EASC partía de ahí precisamente:
cuáles eran sus objetivos, no los míos.
Me acuerdo de la fotógrafa, de la escritora,
de la mujer acomplejada por una mancha en el rostro
y que usaba el hijab para disimular y crear otra identidad.
Me acuerdo del doctor en sociología al que plantee ir al Reina Sofía
porque era lo que en ese momento le hacía ilusión.
Me acuerdo del hombre heavy que se brotó en la Mili y
que siempre siempre estaba acompañado
cuando quedábamos los martes para tomar una cocacola.
Me acuerdo de todos ellos y de todos y todas las que conozco y escucho aquí a diario.
Cuánto por hacer, cuánto por implicar, cuánto aún por conquistar.
Sigamos creyendo que la vida merece la pena.
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